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jueves, 31 de enero de 2013

INCUBUS IN NOCTE - Lea gratis el primer capítulo


Capítulo 1. Quimera

  Yo permanecía inmóvil, sin embargo, sabía que él estaba allí. Mi cabello azabache se deslizaba rodeando mis senos hasta la altura de mi cintura, brillando en la noche. Le vi. Allí estaba de nuevo, con sus largas ondas cayéndole más allá de sus hombros. Y aquellos ojos. Aquellos dos pozos negros mirándome, deleitándose con mi figura yaciente. Aquel ser extrañamente apuesto, cuyo rostro me era negado observar, dejaba entrever su alma. Un alma impura, pérfida, inmortal, pero tentadora, demasiado tentadora.

  Podía sentir el calor que desprendía su cuerpo y la embriagadora fragancia varonil que inundaba aquella onírica estancia rojiza. Su respiración era lenta, acompasada, sensual, y percibía como se acercaba poco a poco con su mirada fija en mi vulnerable ser. Él era consciente de mi plácido sueño y eso le provocaba una sensación de dominio y perversión aún mayor.

  Podía notar como su excitación aumentaba a medida que iba reduciendo la distancia entre nosotros. Deliciosamente parsimoniosa. Aquel hombre parecía deslizarse sin apenas tocar el suelo, levitando a su merced. He de reconocer, y esto es algo realmente abrumador para mí, que su sola presencia bastaba para hacerme sentir cosas que ni en mis sueños más íntimos había sentido.

  Una sola mirada bastaba para excitarme lo suficiente como para desear que me poseyera, aunque el pago fuera mi propio fin. Lo juro. Vendería mi alma a cambio de una sola caricia de ese misterioso hombre. Un solo beso me complacería más que toda una vida de abundancia y riquezas. Una sola caricia era más ansiada que una larga existencia en mi prisión dorada. Pues aquel ser ofrecía algo realmente atrayente capaz de comprar con ello un millón de almas. Aquel oscuro ser ofrecía la libertad más absoluta.

  Mi nombre es Corinne Bendix, hija de Sir James Bendix. Vivía en un pueblecito en las afueras de Londres llamado Castle Combe junto a mi padre y mi hermana Hannah, de nueve años. El siglo XIX estaba llegando a su fin, pero mi padre seguía con sus estrictas y obsoletas convicciones acerca de llevar una vida regida por la religión y el pudor, hecho que me suponía llevar un proceder restrictivo y monótono.

  Annabeth era la única hija de tío Patrick y tía Geraldine. Ella era tan solo un año menor que yo, pero su padre la había comprometido con Sir Roger, aunque ella había corrido mejor suerte. Sir Roger tenía menos propiedades que mi prometido pero también menos años, y un físico bastante aceptable. Era una joven con suerte, pues ya conocía el amor y su prometido era del agrado de mi tío, aunque más por su posición social y económica que por la valía del muchacho.

  Annabeth y yo nos criamos juntas y tanto mi hermana Hannah como yo, al morir nuestra madre, hallamos en la suya un nuevo referente materno. Tía Geraldine era la mujer más dulce de cuantas he conocido y nos trataba a ambas por igual. Era la mediadora entre las rígidas personalidades de los hermanos Bendix y nuestras jóvenes voluntades. Tenía lo que vulgarmente se conoce como mano izquierda.
En breve iba a ser la boda de Annabeth y ambas casas estaban excitadas con los preparativos. Cuando llegara el enlace, mi prima iba a ser la señora del hijo de uno de los empresarios más exitosos de Inglaterra y eso aumentaría el estatus social de los Bendix.
  
  Annabeth era una joven algo ingenua y simple pero de deslumbrante belleza, herencia de su madre. Largos rizos dorados caían cual cascada por debajo de su espalda y unas tupidas pestañas enmarcaban aquella mirada ciánica que despertaba el deseo de los hombres de más alta alcurnia de Inglaterra. Annabeth, de cuidada imagen e intelecto distraído, se paseaba cada mañana por las calles de Castle Combe vistiendo su estilizada silueta con la última moda en Londres. No podía pasar un solo minuto sin comprobar, con su espejo de mano, que su aspecto estaba impoluto, por lo cual a menudo perdía el hilo de las conversaciones y optaba por contestar con monosílabos y coletillas traicioneras. Pero a pesar de sus excentricidades y ser una pésima consejera, era una buena amiga.

  Con tan solo diecinueve años, pidió mi mano Lord Wiltshire, un hombre treinta años mayor que yo, de aspecto repulsivo y maneras poco deseables, pero tenía tantos años como bienes terrenales. El solo hecho de pensar en que mi esposo iba a ser aquel hombre y al que debería fidelidad y sumisión, hacía que me compadeciera de mí misma día y noche. 

  -¿Has vuelto a tener ese sueño? –Me preguntó Annabeth mientras me ayudaba a anudarme el insoportable corsé-. Si tu padre supiese de él, creería que te ha poseído el mismísimo Diablo –bromeó.
  -Lo sé, Annabeth –solté una sonora carcajada-. ¡Mandaría al Padre Halley para que expulsara a la bestia que hay en mí! Pero no puedo quitármelo de la cabeza… Es demasiado…
  -¿Real? –continuó-. Te entiendo. Cuando conocí a Roger, su belleza me pareció sublime y yo también dudé de que fuera un sueño.
  -Annabeth, es que esto es un sueño. Ese hombre no existe. Mi realidad es otra muy diferente –susurré cabizbaja-. Mi realidad es Lord Wiltshire…
-Oh, Corinne… Mira el lado positivo. Vivirás en un hermoso castillo en plena capital, querida –dijo anudándome el último lazo de la insufrible pieza-. Bueno, esto ya está listo.
  -Tú no lo entiendes, Annabeth. Tú te vas a casar con el hombre al que amas, sin embargo yo…
  -Lo amarás, estoy segura, pero deberás darle tiempo.
  -Sir James le reclama, Señorita Corinne –dijo Abigail entrando en mi dormitorio.
  -Ahora mismo bajo –contesté.

  Abigail era la sirvienta más veterana de nuestra casa. Llevaba tanto tiempo con nosotros que ya no me sorprendía ni la oscuridad de su piel. Era una mujer conservadora, nunca había contraído matrimonio y los años ya no le permitían tener descendencia, pero siempre decía que el único compromiso para el que había nacido era cuidar nuestra casa. Cumplía con sus labores diarias mejor que nadie que hubiese visto. Era ordenada, pulcra y extremadamente decorosa. Hannah la adoraba, y yo también.
  
  Mi padre nos había dado una vida acomodada y nuestro cuidado había sido delegado en Abigail, así como nuestra educación en tía Geraldine. Formábamos parte de la alta burguesía, pues mi abuelo paterno había dejado como herencia a sus dos hijos varones el negocio de la armería real. Era el fabricante de las armas y equipos de defensa del ejército Real y ahora tío Patrick y mi padre eran los encargados de mantener a flote el próspero negocio.
  
  -¿Qué demandará, ahora, tu padre? –me preguntó Annabeth contemplando su imagen en el descomunal espejo que pendía de la pared.
  -No tengo idea, pero me temo que nada de mi agrado –confesé con indiferencia.

  Cuando llegamos al salón, ambas vestidas con nuestros mejores atuendos, padre nos aguardaba impaciente tomándose un amargo café, como era costumbre cada mañana. Aquella mañana me había despertado sintiéndome radiante, hermosa, algo impropio en mí, pues estaba siempre más distraída con la nariz metida en algún interesante libro. Pero aquel día con mi precioso vestido entallado púrpura me veía realmente bella. 

  Mi cabello negro formaba grandes bucles habitualmente recogidos con una modesta cinta negra y mis vivarachos ojos verdes brillaban de forma especial. Mientras bajábamos por las escaleras mi prima no cesaba de hacerme cumplidos.
  
  -Si no te conociese tanto, querida, juraría que estás enamorada. ¡Tus ojos lo exclaman! Aunque supongo que no será de… -susurró estas últimas palabras al aproximarnos al salón donde se encontraba padre.

  Éste poseía un acerbo carácter desde el repentino fallecimiento de nuestra amada madre, y si se le conocía por la nimia flexibilidad con respecto a la educación de sus hijas, ésta se tornó nula a raíz del terrible suceso.

  -Corinne, hija mía, reclamaba tu presencia –dijo incorporándose. Una nueva figura, corpulenta y espeluznantemente soberbia, acompañaba a Sir James-. Lord Wiltshire deseaba verte.

  Mi rostro quedó helado en una mueca de perplejidad y aborrecimiento, pues no había conocido jamás a un ser tan repelente como Lord Wiltshire. Desde que era una niña, incluso menor que Hannah, aquel viejo había puesto sus indecentes ojos en mí. Annabeth, a mi lado, no me soltó la mano ni un momento y con sutiles pero constantes apretones intentaba consolarme.

  -Señorita Corinne –dijo Lord Wiltshire relamiéndose su espeso y canoso bigote-, es usted aún más hermosa que en el vago recuerdo que alberga mi mente-. No veía al depravado del Lord desde la tierna edad de los doce años-. Está hecha ya toda una mujer. Se parece a su madre, Corinne –“no menciones a mi madre, viejo inmundo”, pensé.
  -Gracias, Lord –dije finalmente, con mi suave y delicada voz e intentando forzar una sonrisa-. Es todo un cumplido.
  -Bien, os dejaremos solos. En unos meses será el enlace y así tendréis tiempo para conoceros –comentó mi padre-. Annabeth, querida, acompáñame al jardín. Tus padres están allí.

  Veía alejarse a mi padre y a Annabeth, la cual giraba su cuello para comprobar mi estado y tranquilizarme con su mirada marina. Mi padre, sin embargo, andaba recto, como si no supiera de mi desacuerdo sobre el compromiso con el Lord.
  
  -Y bien, señorita Corinne –susurró deslizándome uno de sus rechonchos dedos por mi brazo-. Cuénteme algo sobre usted. Aunque he de decirle que ya me tiene totalmente convencido con su gran atractivo físico…
  -¿Nos sentamos, Lord? –pregunté con aquella exquisita educación que me habían inculcado, haciendo enormes esfuerzos por controlar mis nauseas.

  Tomamos asiento en las cómodas banquetas que habían preparado allí con esmero Abigail y la joven criada a la que ésta instruía. Al instante, ambas vinieron a servirnos más café.

  -¿Qué quiere que le cuente, Lord Wilshire?
  -Bueno, la verdad es que lo sé todo sobre usted. No es una sorpresa que le mencione que año tras año he ido preguntando a su padre cómo iba creciendo y madurando su primogénita –sus ojos se encendieron al pronunciar aquellas palabras que tan indecorosas sonaban en su apestosa boca-. Pero me gustaría saber cómo desea que sea nuestro enlace. Es decir, ¿hay algo en especial que le haga ilusión?

  Medité unos segundos sobre su pregunta, que aún siendo lo más acertado que había dicho hasta ahora, me seguía pareciendo realmente innoble.

  -No, mi Lord. Aunque si quiere que le sea sincera, ésta no es la boda con la que había soñado –dije sin perder la compostura ni las buenas formas.
  
  Lord Wiltshire titubeó, carraspeó y tosió. Una tos nerviosa e incontrolada dio paso a un repentino ceño fruncido.

  -¿A qué se refiere, señorita? –gruñó.
  -Lo cierto es que lo que me haría especial ilusión el día de mi compromiso sería poder elegir al contrayente.
  -¿Pero cómo se atreve? –exclamó alzando la voz e incorporándose de nuevo.
  -¿Qué ocurre aquí? –exclamó mi padre, que entró en la estancia al oír el exagerado tono de voz de Lord Wiltshire.
  -Creía que había dado una excelsa educación a su hija, Sir James. Yo venía a conocer a mi futura esposa y lo que me encuentro en su lugar es una niña malcriada –dijo dirigiéndose hacia la puerta de salida con grandes y rudas zancadas-. Le aconsejo, James, que la entre en vereda antes de mi próxima visita-. 

  Concluyó dando un portazo.
  
  Como era de suponer, mi padre me mandó encerrar en mi cuarto, cosa que acepté de buen grado. Necesitaba estar sola con mis pensamientos.

  Fue inevitable. Al caer sobre la cama y abrazar el mullido almohadón de plumas, exploté en un llanto desconsolado. Pensaba en la forma en la que mi padre pretendía malgastar mi vida junto a la de un viejo degenerado y repelente. Era injusto. El berrinche fue tal que quedé sumida en un sueño profundo, como cuando duermen las criaturas.

  Pero dudo mucho que las criaturas tuvieran sueños tan extrañamente sugerentes como el que tuve aquella noche. Era él. Aquel ser se había introducido en mi sueño otra vez. Podía percibir de nuevo su presencia. 

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lunes, 7 de enero de 2013

INFERNO, de Lianne Kross

Finalizado mi último libro, aún inédito, y que recibe por título INFERNO.

Una obra que se adentra de lleno en el caos y el desorden, para narrar un apocalipsis jamás imaginado. El libro, que no cae en los clichés típicos del género, aunque sí que llega a mencionarlos, e incluso a vilipendiarlos, atrapa desde el primer minuto, haciéndonos partícipes de la trama, llegando a culparnos de las desdichas en las que poco a poco sucumbe el planeta. Una crítica a la humanidad, así como al poder, encubierta de una historia de terror y suspense.



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